El stress laboral: la fatiga de un país

El stress laboral: la fatiga de un país
Alejandro Araya Valdés, abogado.

“Hay que mirar hacia adelante con honestidad: Chile no puede aspirar al desarrollo sin antes sanar el cuerpo y el alma de su gente. Porque ningún país es verdaderamente moderno si su gente vive con el corazón apretado y el sueño interrumpido por el peso de la jornada que aún no comienza. El stress laboral no es un costo colateral: es el síntoma de una promesa mal hecha. Y tal vez, de una que aún podemos rehacer”, dice el abogado Alejandro Araya Valdés


Por Alejandro Araya Valdés (abogado y magíster en ciencias políticas)

 INTRODUCCIÓN

Hay un ruido de fondo en las oficinas, en los talleres, en los servicios públicos, en las videollamadas y reuniones eternas. No es solo el tecleo insistente ni el zumbido de los ventiladores: es el susurro constante del stress laboral. Un murmullo que Chile arrastra como una cadena oxidada, cada día más pesada.

Como abogado he revisado decenas de licencias y reclamaciones por acoso laboral disfrazado de exigencia, y sanciones administrativas que apenas rozan la superficie del problema. Como ciudadano, veo en esta epidemia silenciosa el retrato íntimo de una sociedad que ha confundido el valor del trabajo con el precio de la salud.

DESARROLLO

Chile ha cambiado, ya no somos el país de jornadas rígidas y oficinas con reloj control, ahora trabajamos desde la casa, desde PC, desde el celular. Pero, aunque cambió el escenario, no cambió el guion. La carga laboral se intensificó, las fronteras entre vida y trabajo se difuminaron -y con ello- el stress se volvió compañero de vida.

Legalmente, algo se ha avanzado. La Ley 16.744, que protege frente a accidentes y enfermedades profesionales, abrió la puerta a que el stress laboral sea reconocido como enfermedad profesional, en ciertos casos. La Superintendencia de Seguridad Social (SUSESO) y la Dirección del Trabajo han emitido protocolos para evaluar riesgos psicosociales, etc. Sin embargo, los resultados han sido tibios: la fiscalización sigue siendo débil y el estigma, enorme. Reconocer el stress laboral -crónico o no- es todavía, en muchos ambientes, visto como un signo de debilidad.

En otros países se ha abordado el stress con mayor frontalidad. Francia, por ejemplo, tiene una ley que reconoce el “derecho a la desconexión”, permitiendo a los trabajadores no responder correos fuera del horario laboral. Japón, donde el “karoshi” o muerte por exceso de trabajo es un fenómeno legalmente reconocido, ha implementado campañas nacionales para reducir las jornadas y promover la salud mental. En Holanda, el stress laboral crónico es considerado una enfermedad con respaldo legal para licencias prolongadas.

¿Y Chile? Según datos de la Superintendencia de Seguridad Social, más del 40% de las enfermedades laborales notificadas tienen un componente psicosocial. Las comunas más afectadas por este mal no son necesariamente las más pobres, sino las más sobreexigidas: Santiago Centro, Providencia, Las Condes, Ñuñoa… lugares donde la presión por “rendir” se traduce en ansiedad, insomnio, colon irritable y, en no pocos casos, depresión.

Esta dolencia no es democrática: afecta con más fuerza a mujeres, trabajadores jóvenes y empleados del sector servicios, especialmente salud y educación. En plena pandemia, las y los profesores vivieron un verdadero colapso emocional. Y sin embargo, el sistema respondió con capacitaciones, no con descanso; con formularios, no con humanidad.

Como país, no hemos sabido escuchar el grito sordo de las estadísticas. Se nos olvida que una licencia médica no es solo un papel: es un grito de auxilio.

CONCLUSIONES

Debemos cambiar la forma en que concebimos el trabajo y sus efectos. Necesitamos leyes que protejan no solo los dedos, las piernas o la espalda, sino también; la mente. Es urgente robustecer la fiscalización de los riesgos psicosociales, eliminar la cultura del presentismo, y garantizar el derecho real —no simbólico— a desconectarse.

Pero también debemos modificar el lenguaje. No hablar más del trabajador “estresado” como si se tratara de un problema individual, sino de una sociedad enferma de rendimiento. El stress no es una falla del trabajador, sino del sistema que lo obliga a sobrevivir en lugar de vivir.

Hay que mirar hacia adelante con honestidad: Chile no puede aspirar al desarrollo sin antes sanar el cuerpo y el alma de su gente. Porque ningún país es verdaderamente moderno si su gente vive con el corazón apretado y el sueño interrumpido por el peso de la jornada que aún no comienza.

El stress laboral no es un costo colateral: es el síntoma de una promesa mal hecha. Y tal vez, de una que aún podemos rehacer.

(El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de Séptima Página Noticias).